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Un pequeño a gran altura

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Cuando te encuentras a 1214 metros sobre el nivel del mar, cuando pisas el último de los 459 escalones que te llevan a la cima de la mayor roca volcánica de Cuba, cuando el sudor y la respiración entrecortada te dicen que el esfuerzo fue grande, pero sobre todo cuando tus ojos ven aquel paisaje ante ti, cuando tienes el oriente cubano justo a tus pies, entonces sonríes porque sabes que los dolores en las piernas valieron la pena. Antes de ascender a la  Gran Piedra debes subir la serranía santiaguera, un laberinto de empinadas carreteras curvas que te obligan a tragar en seco en cada cambio de velocidad, te hacen aferrarte a las laderas del carro como si no quisieras soltarte jamás. Luego de cerradas curvas que causan suspiros interminables, luego de acantilados en los cuales lo más sabio es usar aquel antiguo consejo de ‘’no mires abajo’’, llegas al camino escalonado que te llevará a ese encuentro con las nubes. Comienzas el ascenso y las energías poco a po