EL MIEDO ES ALGO SECUNDARIO SI PUEDES SALVAR UNA VIDA

Por: Haniel Valdés Velázquez

Fotos: Cortesía de la entrevistada

“No puede impedirse el viento, pero pueden construirse molinos”, creo que no hay mejor forma para iniciar esta historia. 

Bea (así la llaman sus amigos) se encontró un día con esta frase, quizás por casualidad, o tal vez así lo quiso el destino. Y es que el viento, es fuerte, poderoso, así como lo es la pandemia, esa que cobra la vida de miles de personas a diario en el mundo. Pero también existen molinos, personas que los construyen y otros que a su vez se transforman y son un molino más, desafiando al viento.

Beatriz Barrios Brito, tiene una historia que contar, la historia de un molino, uno que a pesar de las fuertes ráfagas, sigue girando feliz y haciendo girar a los que le son cercanos.

“Siempre me ha gustado involucrarme en actividades, sobre todo si tienen carácter social, me gusta mucho ayudar a los demás, se siente muy bien realmente, no sé pasar por la vida sin preocuparme de las cosas a mi alrededor, sin aportar mi granito de arena, sobre todo a las causas que creo justas”.

Desde el inicio de la cuarentena que impuso la COVID – 19, Bea se vinculó a diferentes actividades convocadas por la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) en la CUJAE, centro donde cursa el tercer año de la carrera de Ingeniería Industrial. “He repartido comida a los ancianitos, doné sangre, fui al campo a recoger pepinos y estuve de voluntaria en un hospital pediátrico”, lo cuenta con la alegría a flor de piel, orgullosa y feliz de haber sido útil en los momentos más duros.

ALIMENTO PARA EL ALMA 

Entre las actividades que recuerda con más cariño, se encuentra la convocatoria que se les hizo a los jóvenes universitarios para que ayudaran a personas mayores que vivían solos o que no contaban con el apoyo de otras personas. 

Bea, con una sonrisa que ni el nasobuco lograba ocultar, con su bicicleta como aliada, con la esperanza como bandera, recogía en los restaurantes del Sistema de Atención a la Familia (SAF) el alimento de los ancianos cercanos a su casa y les llevaba hasta la puerta el recipiente que guardaba su alimento y el amor de quien llega cada día a romper los muros de la soledad.

“Mientras estuve repartiendo comida, le cogí un cariño especial a uno de los abuelitos, Pollo Lindo me decía. Simón, tenía 85 años, era una persona a la que todo le parecía bien, todo le hacía feliz. Como vivía cerca de mi casa, me era fácil hacérselo llegar, también le llevaba alguna cosita de comer, juguitos, dulces. Recuerdo su cara expectante a través de la ventana por la que recibía mis regalitos con la frase: ¡Era justo lo que quería comer! ¡Qué maravilla de ser, por dios!”

Hablar de él la emociona, y es que aún recuerda con cariño, la alegría de aquel abuelito siempre que la veía llegar. Antes de concluir con sus tareas en el SAF, Simón falleció, no puede evitar recordarlo sin que se asome alguna lágrima. Y es que ese abuelito, no fue una tarea más de las muchas que cumplió durante la pandemia, Simón fue un regalo, un regalo que traía en sí el agradecimiento de muchos por la dedicación de esa muchacha alegre que llegaba en bicicleta, o en alguna moto del Moto Club Alto Voltaje, y que asomaba una esperanza en cada puerta o ventana que abrían para recibirle.

“Su pequeña estadía en mi vida me hizo entender cómo la felicidad y el bienestar es muchas veces mental, cómo alguien que vivía prácticamente solo, con enfermedades por doquier, era capaz de recibirme en las mañanas con una sonrisa y con frases que me alegraban el día”.

LA MORAL DE EXHORTACIÓN SE CREA ESTANDO INVOLUCRADO 

Como miembro del Consejo de la FEU en su Universidad, debe estar al frente de cada una de las tareas de impacto social como Coordinadora de su municipio, Habana del Este, las experiencias durante la pandemia pusieron en sus manos nuevas herramientas para la dirección y le dejaron lecciones de vida importantes para el futuro. 

 

Más que liderar algunas tareas, supo estar presente, dar el ejemplo. Ahí estaba ella, con su pelo rubio suelto en medio de un cantero recogiendo pepinos, animando a sus compañeros para la siguieran, y claro, nadie se quedó atrás. Quizás estaba cansada, quizás podía estar en casa, pero sabía que era más útil allí y por eso estuvo. 

“De organización del trabajo he aprendido en este tiempo que es muy importante tener claro qué se quiere hacer y a qué nos vamos a enfrentar (al menos tener una idea), que las personas se movilizan estando uno presente, no puedes pararte de lejos a pedir gente si ellos no te han visto trabajar. La moral de exhortación se crea estando involucrado”. 

A veces tuvo que enfrentarse a sí misma, a sus miedos, tuvo que cerrar los ojos para dejar de ver la aguja que se posaba en su brazo, y cerró los ojos, pero nunca el alma. Bombeó su sangre al interior de una bolsa, la misma que días más tarde, quizás salvó la vida a otra persona.

 “Las agujas me aterran, pero ahí estaba, cerré mis ojos y apreté la mano de un amigo y doné. El resto de las personas a las que convoqué no me podían hablar del miedo. Le podemos salvar la vida alguien caballero, el miedo es secundario, así les dije”. Y ellos la imitaron, cerraron sus ojos, donaron su sangre, salvaron vidas. 

ZONA ROJA 

Beatriz, sabía del riesgo que implicaba entrar en la Zona Roja, estar cerca de pacientes positivos a la COVID – 19, pero también sabía que ahí dentro hacía falta un poquito de esa luz que solo jóvenes manos laboriosas podían encender. Fue así como llegó a La Balear, el Hospital Pediátrico de San Miguel, llegó junto a un grupo de amigos que iban dispuestos a dejar su granito de arena en la lucha a favor de la vida. 

Ella fue parte de ese ejército de cujaeños que se implicaron en diferentes labores. Trabajaron como camilleros, pantristas, en la limpieza o en admisión. “Yo estaba en admisión, inscribía y reportaba a los pacientes. Como soy tan curiosa y me encanta aprender siempre iba para las consultas a que las doctoras me enseñaran cosas y a ver a los niños, que me encantan”.

 Sabían que iban a estar en mucho riesgo y no podían contagiarse, al principio tuvieron que aprender a usar los uniformes, a calzar las “botas”, que eran de tela y no de goma como pensó Bea la primera vez que escuchó el término y hoy lo recuerda divertida. Debieron aprender a tomar con mucho cuidado cada una de las medidas de protección, y lo hicieron, aprendieron, crecieron, estuvieron allí y supieron ser útiles en los momentos más difíciles.

“Cada día era totalmente diferente, creo que la única moda todo ese tiempo fue hospital colapsado. Lidié con familiares de pacientes de todo tipo. Recuerdo una mujer que llegó gritando barbaridades y salió llorando y diciendo lo agradecida que estaba”.

“Ella quería contactar con su sobrinita que estaba positiva a la COVID -19 y no había tenido noticias suyas. Aunque llegó de una manera bastante grosera, la atendí personalmente, me contó sobre su situación y le dije que la ayudaría. Formamos todo un operativo para ponerlas en contacto, desde mi teléfono llamé a un amigo que estaba junto a los pacientes y pusimos el altavoz para que pudiera hablar con la sobrina. Luego de la llamada, la mujer comenzó a llorar y me dijo lo agradecida que estaba por lo que habíamos hecho por ella y por lo que hacíamos en ese lugar”.

Pero estar cara a cara con un virus mortal, con una enfermedad altamente contagiosa no es un juego de niños, hubo momentos en que Beatriz sintió temor, fue siempre muy conciente del peligro que estaba presente en cada pasillo del hospital. 

“Tenía mucho miedo a contagiarme, significó un gran cambio en mi vida. Soy ahora una persona más medida, siempre estoy pendiente a lo que toco, me lavo las manos constantemente, ahora me cuido muchísimo más, a mí y a los que están a mi alrededor”.

“El mayor aprendizaje que me llevo de esta experiencia, es que si fui capaz de enfrentarme a una pandemia, a un lugar que me daba miedo, se que cualquier cosa que venga en lo adelante podré asumirla con menos temor, me siento más fuerte, más positiva”. 

Hoy, Beatriz Barrios Brito no está dentro de la Zona Roja, pero no ha dejado de ser ni sentirse útil, hoy la tarea es otra.

“Nos encontramos trabajando en el Puesto de Mando Municipal de Salud Pública, gestionamos las camas y el transporte para trasladar hacia los hospitales y centros de aislamiento a los pacientes positivos y casos sospechoso de COVID – 19 en el municipio”.

La historia de Bea, merece sin dudas ser contada, y es que ella no la única protagonista en su historia, es sin embargo un ejemplo de jóvenes que saben crecerse en los tiempos más duros, saben reinventarse, mirarle a la cara al miedo, saben resistir y lo hacen solo por la alegría de decir al final: VENCIMOS.

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