Del abandono a la vida: historia de un callejero
Texto y fotos: Haniel Valdés Velázquez (Tomado de Radio Nuevitas)
Ahí está cada día en la esquina, unas veces al Sol, otras resistiendo la lluvia, ahí está como un guardián de esa calle, como el vigilante insomne de alguna oportunidad, para llegar al corazón de un peatón cualquiera y conseguir el que quizás sea su único bocado de la semana.
Cada día representa un nuevo reto, uno más fuerte que el anterior,
para cientos de animales que viven en las calles, sin techo, comida o
una fuente constante de agua para aliviar la sed. Algunos ni siquiera
tuvieron la suerte de nacer en un hogar y desde que llegaron al mundo
han conocido su lado más oscuro y difícil.
Escenas de perros y
gatos habitando cualquier sitio de esta ribera, vagando con llagas en la
piel, con la muerte escondida en los ojos se hacen cada vez más
cotidianas para los nueviteros. Una patada que se le escapa a cualquier
transeúnte apurado, la piedra que arrojó un niño, las caras de asco, las
frases más groseras y desalmadas dirigidas a un animalito que poca
culpa tiene de la suerte que corre.
A veces no nos mueve la conciencia, el sentido común, no nos llegan
de ningún rincón del cuerpo las ganas para siquiera mirar a alguno de
estos desdichados, arrojarles un trozo de pan, dejarles un poco de agua,
no nos nace porque no podemos sentir amor por algo que a veces hasta
nos asusta, por el peligro que puede representar que sea agresivo o que
tenga alguna enfermedad.
Pero, ¿se han preguntado alguna vez,
cómo nos miran ellos a nosotros? Si bien deberían guardar el miedo hacia
la especie que los abandonó, o debiera el terror encenderle bombillos
rojos, siguen apelando a encontrar el lado bueno y se nos acercan
moviendo su cola dispuestos a recibir, quizás como premio al haber
sobrevivido otro día, o como consuelo por ser abandonado, alguna muestra
de amor llegada de nuestra parte.
Pero… no, vuelven las
patadas, los “fuera de aquí”, la furia humana desatada contra aquellos
cuyo único pecado es coincidir en la tierra con nosotros, la especie que
tiene el poder y por tanto, destruye.
Afortunadamente,
siguió el callejero en la esquina, su paciencia lo invitó a aguardar un
poco más y cuando ya el Sol no era tan fuerte, pero aún la sed lo
atacaba, llegó un alma de esas de las que quedan pocas, un alma buena
escondida dentro de un niño al que le llamó la atención el perrito
juguetón que pasaba su vida en la esquina. El pequeño le dejó la mitad
del pan de la merienda, vació su pomito de agua en un pozuelito
abandonado.
Y en ese mismo segundo el callejero fue feliz, en ese instante movió su cola, mientras comía y bebía sintió como lo acariciaban, durante esos fugaces segundos volvió el callejero a la vida.
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