Crónica del día después

 Por: Haniel Valdés Velázquez

Como periodista me ha tocado, desde inicio de la pandemia, contar historias, mostrar vivencias, llevar a los lectores las experiencias de muchos que llegado el momento dejan su casa, su familia, dejan detrás todo lo suyo y se convierten en el apoyo de quien lo necesita.

Contar historias, indagar con sus protagonistas, redactar y llevarlas al público te hace formar parte de las mismas, te hace conocer y quizás vivirlas en carne propia, pero nunca será con los detalles, la nitidez del momento, los sentimientos y las expectativas de quienes formaron parte de ellas.

Motivado por las ganas de experimentar lo que mis entrevistados me habían confiado, de ser útil, como fueron ellos en su momento, de ser por una vez más protagonista que narrador, por el deber de contar en primera persona aquello a lo que tantas líneas dediqué en tercera, preparé mi mochila y salí de casa.

Llegué al centro de aislamiento para viajeros internacionales de la Universidad de Camagüey para trabajar como facilitador y apoyar al personal médico en la atención a los pacientes en vigilancia epidemiológica.

El deja vu de llegar al escenario de las historias que habías contado desapareció de inmediato, quizás  el lugar, las rutinas, tu compañero, te parecían conocidos, incluso más de lo que esperabas, pero la manera de ver las cosas una vez dentro cambió para siempre.

Aunque te sintieras seguro, aunque tu cerebro hubiese bloqueado el miedo como mecanismo de autodefensa, sabías que el peligro estaba, que cuidarte de más nunca sería exagerado, que estar bien era el verdadero reto. 

Pudiera contar decenas de anécdotas vividas Zona Roja adentro, pero estaría contando la misma historia con distintos personajes, prefiero hablar de lo no conté hasta ahora, de lo que no logré percibir en mis entrevistados solo por no haberlo vivido con ellos, quiero hablar no de hechos, prefiero hablar de sensaciones.

Mi familia, mis amigos en casa, contaban los días, las horas que pasaba dentro de aquel lugar, yo intentaba hacerlo pero resultaba imposible, un día podía durar más de cien horas , una semana par de segundos, los números no marcaban las fechas, las fechas fueron sustituidas por momentos, día de llegada, días de PCR, días de resultados, día de irse, a la relatividad del tiempo largo-corto se sumó la convergencia de almanaques, cada paciente era un calendario, cada calendario tenía sus propias fechas.

Tuve días de decir, “que ganas que llegue la noche”, tuve noches de decir, “que rápido se me fue el día”. Conocí personas muy diferentes a mí, otras bastante parecidas, hubo quien me confío sus vivencias, quienes hablaban de su familia, de las ganas de verlas, me contaron sobre sus países, sobre el tiempo fuera de Cuba, muchos me agradecieron, otros no tanto, pero todos me hicieron sentir que ese era el sitio donde debía estar.

Un doctor, una enfermera, dos facilitadores, fuimos el mecanismo que hacía funcionar todo un edificio, fuimos la compañía, el apoyo de todos los pacientes y a la vez de nosotros mismos, tuvimos momentos de mucha alegría, otros de mucha preocupación, incluso instantes que no sabría encerrar en un solo sentimiento.

Quisiera ser exacto al hablarles del tiempo, ser cronológico y contar cada detalle, pero escribo “en caliente” y dejando que cada tecla que oprimo se preñe de eso que sentía 24 horas antes, cuando estaba aún en Zona Roja.

Quizás en los días por venir, confinado, quizás en las próximas horas organice mejor los hechos y vuelva a tocar el teclado para llevar a ustedes una historia más coherente, pero la dualidad periodista-protagonista sigue en una pelea constante buscando primar alguna de ellas en las líneas que escribo.

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